Del punto A al punto B

                Desde el día de mi graduación en mayo, he estado en el proceso de aprender a manejar. Esta es una meta que consistentemente había logrado posponer por razones lógicas como que 1) No tenía carro (coche, auto, como se le diga en tu país). 2) Lo intenté en el pasado y no resultó bien. 3) Me da miedo.

                Aprender hebreo en el seminario, aunque complejo y frustrante, todavía se encuentra en la categoría de desafíos con que siento que puedo lidiar: me siento, leo, practico en una hoja, repaso, memorizo. Pero, manejar es otra cosa. Está fuera de mis límites por muchos motivos. Desde que me conozco, soy la clase de persona que sabe para qué es buena y se limita a hacer esas cosas. Y esta es una actividad que requiere algo más que aquellas cosas en las que soy buena.

En una autopista de Dallas

                Además, hay mucho peligro en el camino. De hecho, en el curso de manejo que hice, me mostraron videos de cuán peligroso puede ser para ti y para las personas a tu alrededor. Finalmente, mi inexperiencia y torpeza de novata me golpean el orgullo, especialmente porque muchas personas aprenden a manejar de adolescentes; y hace mucho que no soy una adolescente. Es decir, esto es algo que la mayoría de mis amigos y conocidos ya vivió y superó.

                No sé cómo explicarlo de un modo que capture el desafío tan grande que esto ha sido para mí; pero, aprender a manejar ha requerido, más que nunca, que dependa mucho de Dios. Antes de agarrar el volante, le confío al Señor mis miedos, le pido dirección, clamo a Él por sabiduría, me refugio en Su amor. Y, de agarrarme de Él con las dos manos, he aprendido a ser valiente en una área en que me siento increíblemente incapaz. Cuando preferiría quedarme en mi apartamento y decir: “Simplemente, no pude”, en Dios he encontrado la fuerza para arriesgarme y creer que sí puedo.

A punto de presentar el examen de manejo. Toma 1

                La semana pasada, sin embargo, pasó algo que pareció cambiarlo todo: presenté el examen de manejo y no pasé. Después de tanto practicar, cometí un error en la prueba y me descalificaron; ni siquiera me dejaron terminar la ruta del examen. Aprendí algo acerca de mí ese día: soy cobarde para manejar, pero lo suficientemente terca como para no rendirme.

                Al día siguiente, mi esposo y yo fuimos otra vez. Presenté mi documento de identidad, llené el formulario correspondiente, esperé mi turno y salí a hacer la prueba. Pero, tampoco pasé. Me equivoqué. Otra vez. Me confundí con una de las instrucciones, crucé donde no debía, y me descalificaron. De nuevo. Entonces, aprendí algo acerca de mí: soy distraída para manejar, pero lo suficientemente terca como para no rendirme.

                Al día siguiente, mi esposo y yo fuimos otra vez. ¡Y PASÉ! En el tercer día, contra todo pronóstico, con el corazón en la boca, con más miedo que ganas, Dios me dio la gracia para completar el examen de manejo y pasarlo. Mi corazón rebosó de felicidad, gratitud a Dios y un poco de incredulidad porque, aunque creía que podía pasar, no creía que de verdad había pasado.

                Sin embargo, cuando quise contarlo a otros en mis redes sociales, me pareció un poco falso decir: ¡TENGO MI LICENCIA!, porque quizás parezca que ha sido una línea recta: practiqué y pasé. Y, aunque no es mi responsabilidad reportarles a otros cada paso del camino, pienso que presento una idea equivocada de las cosas si no confieso que hubo muchas lágrimas, fracasos e inseguridades en el proceso. Todo fue más o menos así:

Practiqué -> Monté el carro en una cera -> Lloré muchas veces mientras intentaba estacionar -> Estuve dos semanas sin practicar porque me daba miedo -> Presenté la prueba -> Presenté la prueba 2 ->  Prensenté la prueba 3  -> Y pasé, gracias a la ayuda de mi Señor y Dios.

                Cuando otros publican momentos especiales: “Me voy a casar”, “Voy a ser mamá/papá”, “Me gradué”, “Me mudé”, “Nuevo trabajo”, “Nuevo negocio”, es fácil pensar que las personas van del punto A al punto B, sin mayores complicaciones; pero, lo más común es que, detrás de esos anuncios, haya muchas historias sin contar. Entre el punto A y el punto B, a veces hay muchas C, F, W y Z que callamos. Las victorias usualmente son el resultado de una larga serie de fracasos, que son demasiado feos como para postear.

Publicado por Natacha R. Glorvigen

Cristiana. Publicista. Bloguera. Dios me ha cambiado la vida y vivo para contarles a otros que Él puede hacer lo mismo por cualquiera.

3 comentarios sobre “Del punto A al punto B

  1. Bravo!!!!! 👏👏👏 aplauso de pie, poco a poco en la medida que llegues a tu destino y regreses con éxito cada día te sentirás más segura y el miedo te va a soltar , pero no te rindas , LO VAS A LOGRAR!!! MI AMOR, TE AMO 💖 💕

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