«Y, cuando piden, no reciben…»
Santiago 4:3a
Cuando estaba muy pequeña, recuerdo haber estado viendo las Olimpiadas con mi papá. Había una participante en la categoría de gimnasia artística a la que yo estaba apoyando (ni recuerdo bien por qué). En ese tiempo, estaba aprendiendo mucho acerca de Dios y de la oración, así que decidí darle a la fe una oportunidad. Ahí sentada, mientras veía la transmisión, con los ojos abiertos, hice en mi mente una oración: “Señor, que le vaya bien a la gimnasta; que destaque y gane, que le vaya bien”.
Justo cuando terminé la oración, la gimnasta se cayó.
Me pareció tan curioso porque ninguna de las otras se había caído; la única por la que oré fue la única que se cayó. Parecerá un evento sin importancia a la luz de tantas otras oraciones que he hecho en mi vida. Pero, por un tiempo, me cohibí de orar por ciertas cosas. Pensaba: “Cuando oro por algo, pasa lo contrario a lo que pido”.

Pienso que tal vez todos tenemos nuestra versión de esta misma historia: una oración no respondida parece arruinarnos por completo el concepto de la oración. Razonamos así: “Oré y no pasó, por tanto, no vale la pena orar. Orar no funciona”.
Esto, sin embargo, sería cierto si el único propósito de la oración fuese “funcionar”.
Si orar es solo una transacción de bienes y favores entre Dios y nosotros, entonces tenemos todo el derecho de abandonar esta práctica cuando Dios no cumple con Su parte del trato. Sin embargo, las Escrituras nos presentan la oración como algo un tanto diferente. En la Biblia, la oración es un medio para mantener una relación con nuestro Padre Celestial y no una forma de controlar el mundo a nuestro alrededor y conseguir lo que queremos. La verdadera oración tiene un fin relacional, no utilitario.
La verdadera oración tiene un fin relacional, no utilitario.
Por supuesto, en la Palabra se nos anima a traer nuestros afanes y peticiones al Señor (Mateo 7:7; Santiago 4:2; Filipenses 4:6), quien es galardonador de los que le buscan (Hebreos 11:6) y quien suple nuestras necesidades (Filipenses 4:19). Pero, orar involucra mucho más que eso. Oramos para disfrutar la compañía de Dios, para escuchar lo que Él quiere, para aprender de Su corazón, para dejarnos moldear por Él, para derramar nuestras angustias, para renovar nuestras fuerzas, para contemplar a nuestro Salvador.
Quitarle el habla a Dios solo porque algo no ocurrió como esperábamos revela, en parte, lo que realmente pensamos del Señor y de la oración: “Estas son mis herramientas para lograr lo que quiero”. No obstante, la oración es el modo en que nos acercamos a Dios para conocerle y para ser conocidos por Él. Cuando traemos peticiones delante de Su presencia, las debemos presentar con humildad. Jesús, con Su ejemplo, nos enseñó a orar así: “…no se cumpla mi voluntad, sino la Tuya” (Lucas 22:42).
Jesús, con Su ejemplo, nos enseñó a orar así: “…no se cumpla mi voluntad, sino la Tuya”.
Tweet
– Lucas 22:42
Nuestras peticiones no son demandas que deben ser cumplidas; son anhelos traídos a los pies de nuestro Padre Celestial, que sabe mejor que nosotros. Por encima de cómo Dios decida actuar en medio de una circunstancia, en la oración nuestra voluntad debe someterse a la voluntad de nuestro Padre. En humildad y abiertamente, le hacemos saber qué nos afana y qué gustaría que hiciera; pero en Sus manos dejamos los resultados.
Cuando una oración no respondida me tienta a abandonar la oración, es usualmente una invitación a recordar de qué se trata la oración y quién es realmente Dios.

No lo pudiste decirlo mejor, que bonito escribes, parece que Dios guiara tu mano para que plasmará la verdad 👍 , Te Amo 💖
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Amén! Gracias, mami. Te amo yo también 💖
Me gustaMe gusta
Hermoso Natacha! Me sirvió mucho 😃
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Qué bueno! Eso me hace muy feliz. Un abrazo.
Me gustaMe gusta