Como el título lo sugiere, en este post voy a compartir el mejor consejo que me dieron en mi primer año de casada; y al que caprichosamente he decido llamar EL mejor consejo para TODOS en su primer año de casados, pues porque puedo. Entiendo lo limitado que es el público al que esto le interesará y le servirá, pero fue muy valioso para mí y quiero dejarlo aquí en caso de alguien más lo necesite.
En el libro de Deuteronomio, Moisés hace una recapitulación de la historia del pueblo de Israel y de la ley dada por Dios a Su pueblo. Entre los estatutos reiterados en este libro, Dios le recuerda a Israel lo siguiente:
“No envíes a la guerra a ningún hombre recién casado, ni le impongas ningún otro deber. Tendrá libre todo un año para atender su casa y hacer feliz a la mujer que tomó por esposa”.
Deuteronomio 24:5
En Su gloriosa sabiduría y amor inagotable, Dios ordena que a los recién casados no se les imponga ningún deber público o militar, pues su responsabilidad en los primeros doce meses de su matrimonio era quedarse en casa y hacer felices a su esposas. Eso era todo: hacerlas felices.

Esto me impactó mucho porque, cuando me casé, sentía la presión de tener que seguir cumpliendo con los compromisos normales que tenía antes de casarme: oportunidades ministeriales, salidas, eventos, proyectos personales, etc. En mis estudios, por ejemplo, quería seguir esforzándome para sacar las mejores notas mientras procuraba hacer mi trabajo con excelencia y aprendía a ser una buena esposa.
Cuando Josué y yo regresamos a nuestras actividades cotidianas, estaba tan dispersa entre tantas cosas que con frecuencia olvidaba eventos a los que les había dicho que sí. Llegaba tarde y no prestaba atención a lo que tenía en frente. Cometí muchos errores y parecía que no podía hacer nada bien. Estaba conversando de esto con uno de mis profesores del seminario y él me habló de Deuteronomio 24:5. Este profesor nos recomendó a mi esposo y a mí que, durante un año, limitáramos nuestros compromisos de cada semana y tomáramos como prioridad simplemente estar juntos y hacernos felices.

En la práctica, eso significó no involucrarnos en muchas actividades y, en mi caso, bajarle la intensidad a mi deseo de graduarme con los más grandes honores que el planeta tiene para ofrecer. Josué y yo rechazamos tantas cosas que, en una oportunidad, dijimos: “Creo que se nos está olvidando cómo decir que sí”. Nos volvimos expertos en evadir invitaciones y oportunidades. Procuramos, con todas nuestras fuerzas, resistir el impulso de querer sobresalir y triunfar; y nos dedicamos a ser perfectamente promedio con tal de estar en nuestro hogar y hacernos felices.
Con el tiempo, me he dado cuenta de que esto no es nada nuevo. Al parecer, muchos recomiendan este mismo principio porque trae muchos beneficios; le permite a la pareja establecer una base sólida sobre la cual comenzar a construir. Y, en lo personal, me dio la libertad de abrazar este periodo de transición y disfrutarlo sin tratar de tener que sostener el estilo de vida que llevaba antes.
En un mundo donde “avanzar” y “lograr” es todo lo que importa, tomarse el tiempo para concentrarse en las cosas simples de la vida, como simplemente estar con tu esposo, parece un error trágico; pero, creo que Josué y yo somos más fuertes como pareja como resultado de haber priorizado el uno al otro durante los primeros meses de nuestro matrimonio. Atesoro la base que el Señor nos ha permitido establecer y esto vino, en parte, por la gracia de reconocer la importancia de nuestro hogar por encima de nuestro deseo de destacar y triunfar.
