Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.
2 Corintios 3:18
En el mundo de las redes sociales, donde vivo y coexisto con muchos soñadores y emprendedores, he comenzado a entender la dinámica de qué “funciona” y qué no funciona para “vender” contenido. Por lo menos, este es el mensaje que se escucha en los pasillos digitales: los usuarios vienen a tu perfil buscando soluciones. Quieren saber qué les puedes enseñar a hacer o a responder. Es decir, en 35,8 segundos, debemos darles algo práctico que los ayude a solucionar un problema.
Simple.
En las cuentas cristianas, por ejemplo, «funciona» enseñarle a una persona qué hacer en su tiempo devocional. En un reel, explicas los pasos: toma tu Biblia, agarra un cuaderno, subraya palabras clave, escucha alabanzas, ora y listo. O, quizás, puedes responder una pregunta teológica compleja. O explica cómo hacer un estudio bíblico, cómo entender libros proféticos, cómo aplicar cierto versículo, algo así.
El truco es sencillo: enséñales a otros cómo hacer lo que tú sabes.
Y yo, como soñadora digital, he querido unirme a esta tendencia. Entonces, me siento y trato de ser increíblemente práctica con mi contenido. Entiendo que, en la complejidad de la vida cristiana, mi rol es comunicarles a otros: “Según la Biblia, esto es lo que debes hacer”, “Así es como se resuelve tu problema”, “Lo tratas de ESTA manera”.
El problema es que la vida cristiana no camina en esos términos. Seguir a Jesús no se trata de seguir pasos 1, 2 y 3. No es una fórmula matemática que aplica igual para todos. Los creyentes no buscamos resolvernos la vida con principios sabios, sino que anhelamos convertirnos en una cierta clase de persona. Obviamente, hay disciplinas que nos ayudan, planes de estudio que nos motivan y acciones que nos enseñan. Pero, el cambio en la vida del creyente ocurre al estar en la presencia Dios, al pasar tiempo con Él. La transformación ocurre como fruto de una relación viva con Jesús.
En 2 Corintios 3:18, dice que somos transformados a la semejanza del Señor al contemplarlo, al fijar nuestra mirada en Él. Las Escrituras no son un programa de mejoramiento personal; no son solo un código práctico de moralidad. Y la vida cristiana no se trata de hacer “las cosas correctas”, sino de tener una relación correcta con nuestro Padre Celestial. Como resultado de esta relación, de sabernos amados por Dios y de amarle de vuelta, comenzamos a actuar como Él. De Su presencia, viene la capacidad de perdonar, arriesgarnos, disfrutar, dar y amar como Él los pide.

Obviamente, esto no significa que no estudiemos diligentemente o que no busquemos formas de aplicar las verdades de las Escrituras. No digo que esté mal aprender cómo otra persona hace su devocional o cuáles son las 4 formas vencer el orgullo. Pero, todo debe mantenerse en la perspectiva adecuada: lo que transforma el corazón no es cómo hacemos los devocionales o si cumplimos o no con una serie de pasos para hallar victoria en cierta área de la vida. El cambio no se fundamenta en reglas o esfuerzos humanos. Todo se trata de Dios. Contemplar a Dios nos transforma en la clase de persona que quiere y puede adoptar hábitos más excelentes.
El secreto del andar cristiano y de una vida más excelente no es un secreto: somos transformados al contemplar a nuestro Padre Celestial en nuestro andar cotidiano. Y contemplarlo, aunque en términos prácticos puede lucir de muchas maneras diferentes, se trata principalmente de una disposición del corazón. En ella entendemos que Dios no es una lista de cosas por hacer, sino una persona a quien conocer y amar.
