No me llamaron

A los 7 años viví una de las experiencias que marcaría mi vida para siempre, quizás en modos que todavía no alcanzo a comprender.

Este evento dividió mi historia en dos partes. Yo era una cierta clase de persona antes de que esto sucediera, y me convertí en otra cuando todo terminó.

Hasta ese día yo recuerdo haber sido una niña normal, a la que le gustaba mucho jugar y que no les prestaba mucha atención a las maestras o a las clases. El colegio era solo un lugar para divertirme. Me costaba hacer tareas porque me aburrían mucho. Esto fue así durante mis primeros 4 años en el mundo escolar.

Tanto amor por jugar significó que no fui una estudiante muy sobresaliente en primer grado, que es el primer año después del kínder y cuando las notas en verdad empiezan a contar. Sin embargo, yo desconocía por completo que eso debía importarme. Entonces, llegó el día en que me di cuenta que en realidad es lo único que importa.

El último día de clases de ese año, nos reunieron a todos en una de las canchas del colegio para hacer una ceremonia de premiación. Nos sentamos alrededor de la maestra que, con micrófono en mano, anunciaría a los estudiantes destacados de cada curso. Yo no entendía nada. Nadie me dijo habría premios al final del año. Nadie me dijo que estábamos compitiendo.

Puedo recordar con absoluta certeza cuáles fueron los 2 estudiantes sobresalientes entre mis compañeros de primer grado. Puedo decirte sus nombres y sus apellidos. Puedo decirte dónde estaban sentados cuándo los llamaron a recibir su premio. Puedo decirte dónde estaba yo cuando no me llamaron.

Se me partió el corazón esa mañana. No me llamaron. A mi modo de ver las cosas, eso significaba que no era una estudiante brillante. No sobresalí. No me destaqué.

Me pasó por ignorante. Yo no sabía que esas eran las reglas del juego. En el kínder solo me enseñaron a jugar. Sin embargo, ese día aprendí mi lección, y la aprendí muy bien: si quieres valer, si quieres reconocimiento, si quieres destacar, debes sacar buenas notas. Eso es todo lo que importa. A nadie le interesa si te divertiste, si aprendiste, si eres mejor persona, si hiciste amigos. No. Al final, todo se trata de las notas. Solo de las notas.

Entonces, desde segundo grado hasta mi último día en la universidad, me esforcé y trabajé arduamente por sacar buenas notas. Nunca más me quedé sentada cuando llamaron a lo estudiantes sobresalientes. No volvió a pasar. Nunca volvió a pasar porque yo aprendí. Quedó grabado en mi corazón que sacar buenas notas es la única forma de ser importante.

Quizás pensarás que es mucho y que una sola experiencia en mi niñez no debería haberme afectado tanto. El asunto es que nadie nunca me dijo lo contrario, nadie me enseñó que no era así. Al contrario, año tras año hacían la misma premiación.

Hasta donde sé, las notas sobresalientes te ayudan a entrar en una buena universidad. Buenas notas hacen que los profesores te traten mejor; te consigue amigos que quieren estudiar contigo. Las notas hacen que un día te llamen frente a todos y digan: “Se destacó”, y los demás piensen: “Le espera un buen futuro”.

A veces te dicen que lo importante es aprender, pero nadie lo dice de corazón. Al final del día, solo cuentan las notas. Lo sé porque estudié con personas que sabían más que yo, pero no eran tan aplicados en sus estudios. Nunca recibieron un diploma.

Pienso mucho en esto ahora que estoy estudiando teología. Se supone que estoy en este lugar para conocer mejor a Dios, para crecer en mi fe. El problema es que me evalúan. Hay notas de por medio. La tentación de olvidar a Dios y buscar las notas siempre está ahí. Siempre.

Si en vez de escribir un trabajo sobre la oración, paso el tiempo orando, sé que orar no me va a conseguir una buena nota; escribir el trabajo lo hará. Si en clase me piden leer un libro sobre servir a los demás, pero paso el día ayudando a un amigo, servir a ese amigo no me va a conseguir una buena nota; leer el libro lo hará.

Esa es mi lucha de todos los días: “¿Sacrificaré yo un lugar sobresaliente por darle más importancia a vivir lo que estoy estudiando?” “¿Serviré al que lo necesite, aunque eso no me ayude con el trabajo que debo escribir?”

Yo sé qué debo responder. Tú lo sabes también. No hay que estudiar teología para darse cuenta, pero vivirlo es otro cuento. Pienso que estoy en un largo camino que me llevará a realmente creer que no importa si me llaman entre los estudiantes destacados o no, de vivir con la convicción de que mi valor está ligado a cómo me ve Dios en Cristo Jesús: completa, especial y sobresaliente, sin siquiera ver las notas del boletín.

Natacha Ramos

Publicado por Natacha R. Glorvigen

Cristiana. Publicista. Bloguera. Dios me ha cambiado la vida y vivo para contarles a otros que Él puede hacer lo mismo por cualquiera.

6 comentarios sobre “No me llamaron

  1. Que bendiciòn esta enseñanza Naty… es muy muy gratificante por decirlo de algùn modo de como DIOS nos ve a través de su HIJO JESUS .. pero al mismo tiempo nos bendice al ser disciplinados con nuestras responsabilidades… gracias por tan oportuna enseñanza ..me bendijo en gran manera… un abrazo mi amada

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