Hasta Pronto, Nestico

Debes saber que me siento muy tonta haciendo esto, porque sé que pude decírtelo y no lo hice, porque pude escribírtelo, pero me pareció que no lo necesitabas.

Y no lo digo ahora porque sienta que tú lo necesitas, especialmente porque donde estás no necesitas nada. La verdad lo hago porque yo lo necesito. Necesito decírtelo.

Quizás no te acuerdas, pero en diciembre del año pasado, nos sentamos juntos para ver la obra de Navidad y me mirabas como si yo fuera muy especial; cuando todo terminó, me comentaste que habías leído uno de mis posts y que eso te había ayudado mucho.

Entonces, me dijiste: «No te canses de escribir porque así como me ayudó a mí, puedes ayudar a alguien más».

Y yo sí te sonreí y sí te agradecí, pero creo que quizás nunca sabrás cuánto significó para mí que me dijeras eso. Saber que lo que Dios puso en mi corazón ayudaba a alguien como tú me animó y me sigue animando hasta este día.

Gracias por quererme, gracias por ver en mí mucho más de lo que en verdad soy. Gracias por creer que tenía cosas importantes que compartir.

Gracias por ver mis historias y mis videos. Gracias porque, si nadie más lo hacía, yo siempre supe que tú lo hacías. Quisiera que supieras cuánto eso me impulsó a seguir.

«Lo nuevo necesita amigos», dijo Ego en Ratatouille, y por la gracia abundante de nuestro creador, tú fuiste el amigo de todo cuanto Dios me entregó.

Doy gracias a Él por tu dulzura, por tus palabras, por tu cariño y por cada una de esas veces que me hiciste sentir que quizás Dios sí me llamó.

Me duele el corazón por saber que no pude decirte que, si alguna vez el Señor me concede ser la mitad de lo que viste en mí, será en gran parte gracias a tus palabras de ánimo, esas que sembraste del modo más humilde y sencillo.

Te quiero mucho, Nestico. Gracias. Te extrañaré. Pero nos veremos pronto y, cuando ese día llegue, espero que te llenes de orgullo cuando te diga: «no me rendí. No me cansé de escribir».