Hace algún tiempo, cuando estudiaba secundaria, un profesor nos contó una historia de Galileo Galilei.
Ese loco hombre (Galileo Galilei, no el profesor) tuvo serios problemas con la Iglesia de su tiempo por su escandalosa afirmación de que la tierra se movía alrededor del sol.
¡Imagínate!
Una herejía para los oídos de aquel tiempo.
Con esa declaración, contradecía públicamente lo enseñado en todas las escuelas dominicales de la época.
La Iglesia lo obligó a retractarse de su teoría, de lo contrario, tendría garantizadas muchas torturas en su futuro.
“Galileo, tu teoría es una insensatez, un absurdo filosófico y una herejía total”, le dijeron, “la Tierra no se mueve alrededor de nada. Todo se mueve alrededor de ella. Retráctate o te castigaremos de por vida”.
Se retractó.
Sin embargo, cuando lo estaban regresando a su celda dijo: “eppur si muove”, que traducido es: “y sin embargo, se mueve”.
Es decir, “mándenme a declarar lo que quieran pero eso no cambiará la verdad: la tierra se mueve”.
¡La historia es genial!
Aunque es muy poco probable que haya pronunciado esa frase realmente porque, o sea, lo habrían asesinado ahí mismo; el “eppur si muove” (provenga de donde provenga) quedó sellado en el lenguaje judicial para expresar que, aunque se niegue la veracidad de un hecho, este es absolutamente cierto.
Amo esta historia porque creo que igual nos pasa a los cristianos en el gran tribunal de la lógica y la razón.
El mundo incrédulo ataca con fuerza con términos rebuscados, hallazgos de dudosa procedencia y teorías fantásticas para demostrar que Dios no es real.
“Gente de Dios, ustedes los seguidores de Jesús”, proclaman, “su Dios es una insensatez, un absurdo filosófico y una herejía científica. Él no es real”.
Con pruebas en tubos de ensayo y gotas en cápsulas de petri nos piden a gritos: “retráctense o los castigaremos con nuestras burlas e indiferencia”.
A algunos, como al científico, también los amenazan con torturas y muerte.
Sin embargo, nosotros, a diferencia de Galileo Galilei, queremos estar dispuestos a recibir el castigo antes que retractarnos; por lo tanto, su famosa frase no sale de nuestros labios.
Por el contrario, creo con gran convicción que la pronuncian los corazones de quienes nos acusan.
Contra toda lógica posible y a pesar de sus muchas explicaciones matemáticas, cuando los ateos de este siglo se acuestan a dormir, el alma les susurra: “y sin embargo, es real”.