Una vez fui a comprar un vestido con mi mamá.
Entramos a la tienda y empecé a probarme algunos de los que ella me pasaba.
Yo salía del probador, ella me daba su opinión, yo daba la mía y, si no había consenso, pasábamos al siguiente.
A mi mamá siempre le ha importado el asunto de la ropa más que a mí, por lo que su criterio tenía bastante peso en la decisión que tomaría.
Luego de varios intentos, se enamoró de uno de los vestidos que me probé; dijo que era hermoso, que me quedaba muy bien, que el color me favorecía, que eso era justo lo que necesitaba.
Yo me miré en el espejo y fruncí el ceño. No me gustaba nada nada nada. Apenas podía creer que viéramos la misma imagen.
Ella insistía en lo maravilloso que era, y yo solo podía pensar: «¿Qué hay de mal conmigo? ¿Por qué no puedo verlo bonito? Es que yo no sé de estas cosas. Ojalá tuviera sus ojos para distinguir qué se ve bien y qué no».
Lo compramos.
No puse objeción porque yo pensaba que sus elecciones eran mejores que las mías.
Usé ese vestido una vez y solo una vez. ¿Sabes por qué? Porque a mí no me gustaba. Lo compré porque le gustaba a alguien más.
Quizás no te pasa con la ropa, pero tal vez te pasa con la carrera que estudias, con el trabajo por el que optaste, con la decisión de migrar o quedarte, con la pareja que elegiste.
No lo haces porque te gusta a ti, sino porque otros lo ven bien; y, para ser honesta, pocas cosas en la vida nos hacen sentir tan miserables.
Decidir con base en lo que otros aprueban es algo que he hecho más veces de las que me atrevo a recordar. Sin embargo, me he dado cuenta de que quiero un camino diferente para mí.
Por tanto, en este nuevo año de vida que celebro hoy, me he puesto como meta arriesgarme más a ser como yo soy, en vez de permitir que la voz de otros apague la mía.
Sabrás que no me refiero a no escuchar otras opiniones, claro, porque lo que mi mamá piense de mi ropa siempre será importante para mí. Me refiero, en cambio, a atreverme a creer que mi opinión vale tanto como la de los demás. No estoy equivocada solo porque pienso diferente.
En ciertos aspectos de la vida, no hay «correcto» e «incorrecto», «bien» o «mal»; solo personas distintas, con gustos diferentes.
Se trata, entonces, de abrazar con fuerza quien soy, por excéntrica e irracional que pueda llegar a parecer a los ojos de otros.
Soy quien Dios creó que fuera, y lo increíble de todo es que, por Su gracia y Su bondad, de verdad me gusta lo que hizo en mí.