Lo escuché por primera vez en un programa de radio. Me pareció una idea interesante. Lo intenté una vez y después lo olvidé.
Luego, leí esto mismo en un libro de Andy Stanley (mi autor/predicador favorito).
Ahí me di cuenta de que en verdad se trata de un consejo valioso y práctico que me conviene aplicar en mi andar cotidiano. Es muy sencillo y bastante revelador.
Aquí va:
Cuando debemos tomar decisiones o evaluar algún aspecto de nuestra vida, nos sirve mucho entender por qué hacemos lo que hacemos, es decir, qué motiva nuestras acciones.
¿Cómo podemos hacer esto? Simple, nos debemos preguntar por qué.
Funciona así: si te sientes abrumado por una situación, indeciso o agotado por siempre caer en los mismos errores, pregúntate:
“¿Por qué hago esto?”, y quédate el tiempo suficiente como para responderte a ti mismo con la verdad. No digamos que harás algo al respecto, solo pensemos que vale la pena al menos conocer todos los detalles del asunto.
Una vez que te hayas respondido, hazle preguntas a esa respuesta, y a las nuevas respuestas, les haces nuevas preguntas.
Mientras más preguntas hagas, más llegamos a la raíz que mueve todo lo que hacemos. Entonces, el ejercicio se vuelve muy personal y, como dije, muy revelador. Comenzamos a entender los valores y principios que nos impulsan cada día.
Te daré un ejemplo real, con mis respuestas reales:
Pregunta: “¿Por qué tengo un blog?”
Respuesta: “Porque soy buena en tener un blog”. (Supieras que no me pareció la mejor respuesta, me habría agradado pensar que tengo un blog porque me gusta y ya, pero no es lo primero que muestra mi corazón).
Pregunta: “¿Por qué eres buena en tener un blog?”.
Respuesta: “Porque Dios me dio esa habilidad”. (Ya aquí estamos explorando un poco mis creencias: creo que Dios nos da las habilidades que tenemos).
Pregunta: “¿Por qué Dios te dio esa habilidad?”.
Respuesta: “Porque quiere que la use para beneficio de otros”.
A partir de allí, puedo hacerme más preguntas, por ejemplo: si creo que Dios me entregó la habilidad de escribir para beneficio de otros, ¿de verdad estoy pensando en los demás cuando escribo?, y así sucesivamente.
También funciona si te haces varias veces la misma pregunta:
“¿Por qué escribo?”
- …porque me gusta.
- …porque conecto con otros.
- …porque me hace sentir que tengo un propósito.
- …porque a otros les gusta leer lo que escribo.
- …porque Dios me entregó esta habilidad.
- …porque me siento útil.
Ya allí tengo mucha tela que cortar. Me doy cuenta de que quiero sentir que tengo un propósito, que no escribo al aire y que ayudo a alguien más con lo que digo. Este ejercicio me ayuda a entenderme mejor y a traer motivaciones equivocadas a los pies de mi Padre Celestial.
Si lo aplicas a tu realidad actual puede servirte muchísimo para conocerte más y hacer ajustes donde sea necesario.
Es un consejo muy muy práctico, y el secreto de todo consiste en ser absolutamente sincero con las respuestas.
¡Espero que te ayude tanto como a mí! 😉