Una de mis más grandes virtudes no es, repito: no es, la paciencia.
Apenas se me ocurre una idea, quiero lograrla ya. Mis palabras menos favoritas en el mundo son: “Vamos a dejarlo para mañana”. En general, todo lo que involucre largos procesos me da un poco de fatiga.
Mi mala disposición a esperar me ha traído cientos de miles de problemas desde que comencé a respirar hasta el día de hoy.
De todas, el área en que más he visto cuán mala puede ser la impaciencia es, sin duda, en mi evaluación del talento de los demás.
Por mucho tiempo y sin darme cuenta, tuve la idea de que, si alguien comienza a hacer algo, ya debe ser muy buena en eso; de lo contrario, no debería hacerlo. Un poco rudo, pero así creía.
Recuerdo en particular una persona que estaba dirigiendo un grupo y tenía muchas (muchas) deficiencias. Ni sabía de lo que hablaba ni entendía bien lo que hacía.
Mi reacción más natural fue murmurar en mi corazón: “Esa persona no debería estar al frente de ese equipo”.
Luego, con el paso de los meses, ese líder mejoró al punto de que todos los que lo criticamos reconocimos nuestro error: no era bueno al principio, pero, con dedicación, esfuerzo, lágrimas, desafíos y tiempo, se volvió excelente en su trabajo.
Esa premisa la he visto repetirse en decenas de casos diferentes. La lección es clara para mí: el hecho de que alguien no haga bien las cosas ahora no significa que esa persona no tenga talento o que deba renunciar; quizás solo necesita que crea en ella a pesar de cómo luce todo por el momento.
En el pasado, confieso que me he dado por vencida con otros muy fácilmente. No he sido paciente. Quise ver resultados inmediatos y, antes de juzgar a la persona, no le di tiempo para crecer y convertirse en algo mucho mejor.
Lo medito con cuidado y me doy cuenta de mi error porque, en gran parte, soy buena en ciertas actividades porque alguien me dio una oportunidad cuando era inexperta y no estaba segura de qué hacer; cuando no era la mejor opción disponible.
Así que me he propuesto actuar diferente en este punto. Quiero ser paciente en todas las ocasiones que Dios demande que lo sea; pero, en especial, procuro ser más paciente con las personas a mi alrededor.
Cualquiera puede juzgar/criticar/desechar, pero tengo la corazonada de que demuestro más valentía si simplemente escojo creer.