Suscriptores, likes, views, shares, retweets, seguidores…
Apenas me puedo acordar de la última vez que pude ver mis redes sociales sin pensar en alguno de los anteriores.
Ciertas personas en el mundo se preocupan seriamente por qué van a comer al día siguiente, qué clase de educación les darán a sus hijos, qué carrera deberán estudiar en la universidad… pero, sinceramente, desde que estoy involucrada en el mundo digital, todo lo importante parece ser qué tanto éxito numérico estoy obteniendo.
No era así como quería que fueran las cosas en un principio. Pero ¿cuál es la alternativa?
Lo pienso bien, medito en mi corazón y, no me puedo engañar, sé cuál es la respuesta: no permitir que los “cuántos” dirijan mi vida. No darles a las “cantidades de suscriptores” un lugar en mi corazón tan alto que lo use para determinar mi valor como persona.
Sin embargo, es difícil. A veces me siento ante el gran tribunal digital simplemente a esperar su veredicto: soy lo suficientemente buena o no lo soy. Valgo tu like o no lo valgo. Aparte de todo, las personas nos volvemos insaciables con el tiempo: nunca es suficiente, siempre queremos más. No hay un segundo en el que pueda decir “llegué”, puedo descansar. No, no hay descanso. Siempre hay otro retweet que alcanzar.
En las últimas semanas, he estado pensando mucho sobre esto. Creo que Dios me impulsa a hacerlo antes de seguir dando pasos hacia adelante. ¿Por qué hago lo que hago? ¿Qué busco? ¿La aprobación de quién persigo? ¿Qué estoy dispuesta a hacer para conseguirla? ¿Qué pasa si no tengo la clase de éxito que impresiona a otros? ¿Me muero? ¿Me deprimo? ¿Me rindo?
No obstante, reconozco que el daño más grave en todo esto ha sido mi vida “en lo secreto” porque, de alguna forma, pareciera que solo lo público tiene valor.
Si paso el día entero con mi mamá o ayudo a una persona en problemas y no lo publico de alguna forma, ¿realmente tiene importancia? Yo sé que sí la tiene y pienso que tú lo sabes también; pero no se siente así porque esas acciones no nos dan más seguidores. Así no es como se consiguen.
Por eso, las personas nos tomamos fotos cuando nos encontramos con un amigo, vemos a una celebridad o estamos participando en algún evento: debemos hacerlo conocido para que sea real. De lo contrario, pareciera que no pasó.
En el gran monstruo de las redes sociales: si no lo publicaste, no lo hiciste, ¡y eso es terrible! Nos lleva a vivir encuentros solo “por las fotos”, o nos impide disfrutar el “ahora” porque estamos muy ocupados documentándolo.
Ante esta realidad de la que soy parte, me asusta mucho en lo que me puedo convertir. Me preocupa dejar de hacer cosas en lo que secreto, lo cual no me dará más likes, y, en vez de eso, darle prioridad a lo público porque así lograré mayor reconocimiento en el tribunal digital.
¿Y si me paso la vida haciendo lo que mi Padre Celestial me llamó a hacer y nunca lo publico? ¿Puedo con eso? ¿Puedo con que nadie se entere? ¿Para quién hago lo que hago realmente? ¿Qué tanto poder tienen los retweets sobre mí?
Obviamente, no estoy sugiriendo que todos cerremos nuestras cuentas de redes sociales. Al menos, yo no lo haré; pero sí es bueno asegurarnos de tener límites en este asunto y evaluar nuestros motivos siempre que podamos.
La verdad es simple: somos más que lo que publicamos. Nuestras acciones importan, aunque no aparezcan en el muro de los demás. Valemos más que el número de nuestros seguidores. Nuestra capacidad de hacer una diferencia excede la cantidad de shares que podamos alcanzar.
Y no está mal recordar eso de vez en cuando.
Busquemos el equilibro. Gracias por tu honestidad :’)
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¡Graaacias por tu comentario! Saludos ❤
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