¡Viajé a la montaña! Esto es lo que aprendí

Luego vi el jardín
y la esperanza llegó a mí

Kari Jobe, The Garden

Una de los síntomas distintivos de la crisis de los veintitantos es pensar que un viaje lejos, preferiblemente a un lugar montañoso, será la solución a nuestros problemas. En parte, el plan tiene los ingredientes necesarios para que todo sea perfecto: un sitio apartado y vegetación alrededor, ¿cómo podría fallar?

Cuando me siento abrumada/estresada, irme a las montañas se ha convertido en mi principal impulso, mi reacción natural. Sin embargo, esta solución me ha fallado con la misma frecuencia con que la he intentado.

Usualmente, en estos viajes me encuentro a mí misma atrapada en los mismos miedos e incertidumbres que en la ciudad, en mi andar cotidiano. Me levanto a ver las montañas y a disfrutar las ráfagas de viento que golpean mis mejillas. La paso bien, pero me voy a la cama sintiéndome básicamente igual que antes.

No me malinterpretes, agradezco la posibilidad de cambiar de ambiente, olvidar la rutina, vivir nuevas experiencias y compartir con personas diferentes; pero, mi punto aquí es que estos viajes no cambian mis conflictos internos.

Boconó - Natacha RamosA veces, me he quedado mirando las montañas por un largo rato y me pregunto: “¿por qué no funciona? ¿Por qué siento angustia y preocupación? Pensé que este paisaje se los llevaría”.

Por esa razón, una y otra vez regreso a ese sitio escondido donde los cambios sí son posibles: el lugar de mi intimidad Dios. Sin importar en qué rincón del mundo me encuentre, puedo cerrar mis ojos con libertad y acercarme al corazón de mi Padre Celestial. Entonces, comienzo a sentir cómo la inseguridad se desvanece poco a poco. Me invade la fe, la esperanza y el deseo de continuar.

Mi dulce refugio es Jesús. Con terquedad, he deseado buscar respuestas en el verdor y en los caminos poco transitados, pero todo aquello se queda corto: no puede transformarme del modo en que necesito si Dios no se involucra.

Apenas comencé a buscar el rostro de Aquel que todo lo llena en todo, mi experiencia fue totalmente diferente. Verdaderamente pude descansar.

Así pues, mi último viaje me enseñó la misma lección que aprendo siempre: puedo cambiar de lugar, pero solo Dios puede cambiarme a mí.

Publicado por Natacha R. Glorvigen

Cristiana. Publicista. Bloguera. Dios me ha cambiado la vida y vivo para contarles a otros que Él puede hacer lo mismo por cualquiera.

2 comentarios sobre “¡Viajé a la montaña! Esto es lo que aprendí

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