Ayuda a mi incredulidad

En varias oportunidades he compartido la fuerte lucha que tuve con la incredulidad en el pasado, pero mentiría si dijera que esto solo ocurrió durante un periodo de tiempo en mi vida y luego se detuvo para siempre.

No es así.

Dudar de Dios, no solo de su existencia sino de su amor, su carácter, su perdón, su provisión… es una batalla recurrente en mi vida, quizás en la tuya también.

Mi Fe no es perfecta.

Tiene sus altos y bajos; sus días buenos… pero, también sus días malos.

Por esa razón, cuando una persona me confiesa su dificultad para creer ciertos aspectos del cristianismo, ¿qué puedo hacer sino entenderlo perfectamente?

Alguien seguramente podría juzgarlo, pero yo no he sido el mejor ejemplo en esta área como para hacerlo sin deshonrar mi conciencia.

Este es mi consuelo: la duda y la incredulidad también estuvieron presentes entre quienes seguían a Cristo, con todo y que lo veían cara a cara.

Uno de los ejemplos más significativos de esto lo vemos cuando un hombre llevó a su hijo endemoniado ante Jesús para que lo ayudara.

Mira lo que pasó:


Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.
E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda a mi incredulidad.

(Marcos 9:23-24)


Yo he estado en esa posición, ¿tú no?

Está esta parte de mí que sí cree, pero hay otra que se resiste.

Sin embargo, en esta historia aprendemos que podemos ser francos al respecto. Tenemos la posibilidad de venir a Jesús con nuestras dudas y dejar que Él haga una diferencia, tal como lo vivió el hombre del relato, mira:


Cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él.
Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos decían: Está muerto.
Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó.

(Marcos 9:24-27)


¿No es eso increíble?

No hablo solo de la expulsión del demonio, que también es asombroso; sino de que Jesús ayudara a este hombre cuya Fe no era perfecta.

¿Tienes dudas? Las tenemos todos.

A pesar de ellas, Dios no nos rechaza; podemos acercarnos confiadamente a Él y decirle: “hay una parte de mí que quiere creer, pero otra se resiste; yo creo, ayuda mi incredulidad”.

Esta ha sido mi oración muchas veces y te la presento aquí para que puedas hacerla tuya hoy si quieres.

Según Barnabas Piper, el anhelo de creer proviene de una persona que ya cree, así que solo nos toca pedirle a Dios que aumente nuestra Fe al punto de que afecte nuestras vidas por completo e inspire a otros a hacer lo mismo.

Publicado por Natacha R. Glorvigen

Cristiana. Publicista. Bloguera. Dios me ha cambiado la vida y vivo para contarles a otros que Él puede hacer lo mismo por cualquiera.

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