Jóvenes, ancianos… y Leota

En todas las Iglesias del mundo, existen dos fuerzas que halan con vigor hacia lados contrarios: los jóvenes y los ancianos.

Si asistes a una congregación, hay dos posibilidades:

 1) Has sido parte de uno de los bandos

2) Alguno de esos grupos te ha presentado sus quejas

 Con mucha frecuencia, los ancianos se aferran ferozmente a viejas tradiciones de oración, estudio de la Biblia, predicación… y prácticamente todo lo demás.

Les gustan las cosas como están y no ven necesidad de modificar lo que durante tanto tiempo ha funcionado.

Por otro lado, los jóvenes queremos cambiarlo todo. Acuchillar las viejas costumbres, incongruentes con nuestro mundo tecnológico.

Anhelamos hacer eventos multitudinarios, llenos de pantallas gigantes y helicópteros con luces de neón para atraer a una generación hambrienta por lo novedoso.

Nos quejamos de los ancianos porque “están atrapados en una época que ya no es”, viramos los ojos cuando critican nuestra “música mundana” y “ruidosas presentaciones”.

Muchas veces, menospreciamos sus consejos, advertencias e ideas porque son ancianos y “no entienden nada”.

En este sentido, he sido miembro activo (casi fundador) del Sindicato de los Jóvenes (y con orgullo, además) y admito que no había tenido ningún problema con eso… hasta que conocí a Leota.

Leota Reinhardt es el personaje principal de una novela llamada “Leota’s garden” (El jardín de Leota), de la autora Francine Rivers.

En la historia, Leota tenía muchísimos años sin ir a la Iglesia porque vivía sola y se le hacía muy difícil el trayecto (*cofcof* sus hijos la habían abandonado *cofcof*).

Una nieta suya, llamada Annie, comenzó a visitarla y un día se ofreció a llevarla a la Iglesia en su carro. Ella aceptó.

Cuando llegaron, Leota se sintió prácticamente en otra dimensión. Casi todo era diferente: el Pastor, su estilo de predicación, las melodías. Le sorprendió mucho escuchar algunas canciones famosas con ritmos completamente diferentes.

El mensaje central quizás era igual, pero la Iglesia donde ella creció, aprendió y tuvo un encuentro con Dios, había cambiado drásticamente en pocos años. No era la misma en absoluto.

Cuando cantaron un viejo himno que Leota conocía, esta se levantó y cantó con lágrimas en los ojos. Esa era una canción con la que había conocido a Dios en el pasado y escucharla de nuevo la tocó profundamente.

Con este libro, tuve la oportunidad de ver la situación a través de los ojos de esta mujer y entendí la posición en la que muchos ancianos se encuentran.

El Señor se movía en medio de ellos con los métodos y programas que nosotros  llamamos “retrógrados”.

Queremos quitarles sus himnos, sus costumbres, sus estilos… ¿su Dios? Para implementar nuevos patrones que en nada se parece a lo de antes. ¡Es difícil para ellos aceptarlo sin pelea!

¿Esto significa que no propongamos nuevas cosas?

¡No!

La Iglesia debe adaptarse a la nueva realidad en la que vive; pero, en vez de virar los ojos ante las quejas de los ancianos, podemos tratar de entender su preocupación, respetar su sabiduría y procurar, en lo posible, que las transiciones sean lo más amigables posibles para ellos.

¡No sugiero que abandonemos la lucha! Pero, sí que entendamos la posición y las razones de quienes se nos oponen.

Recordemos que, durante muchos años, esos ancianos que menospreciamos por sus ideas “prehistóricas” cuidaron la Iglesia en la que estamos hoy y se aseguraron de que el mensaje del evangelio continuara hasta nuestros días.

Lo menos que podemos hacer es tomar en consideración a  hombres y mujeres como Leota Reinhardt mientras perseguimos nuestro camino hacia la innovación eclesiástica.

Pongámonos en sus zapatos un instante, porque… un día lo estaremos de todos modos y querremos que los jóvenes nos consideren también.

 La gloria de los jóvenes es su fuerza;
la belleza de los ancianos, su vejez.

 Proverbios 20:29

Publicado por Natacha R. Glorvigen

Cristiana. Publicista. Bloguera. Dios me ha cambiado la vida y vivo para contarles a otros que Él puede hacer lo mismo por cualquiera.

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