“¿Quién es Dios para ti?”, me preguntó con Su voz gruesa
Sin dudarlo, le dije lo que pensaba porque sospeché que ya lo sabía:
“Mi verdugo”
Dios es reglas que cumplir.
El Gran Yo Soy no es difícil de entender: hazlo todo bien y estará contento contigo. “Buen muchacho”, te dirá.
Ah, pero equivócate, vamos, equivócate una vez y prepárate para Su furia santa.
En Sus ratos libres lo conocemos como el inspector soberano de las horas de oración.
“¿Cuánto tiempo oraste la semana pasada, Juliana?”, pregunta. “¡Tres horas completas!”.
“¿Y esta semana? ¿Mm? ¿Mm?”, continúa, “solo dos. No lo estás haciendo bien. Estás empeorando, tienes que esforzarte más”.
Cruel. Despiadado. No escucha razones.
No te bendecirá a menos que hayas cumplido la cuota mínima de evangelismo para la semana.
“Así que no hiciste tu devocional anoche…”
“No hablaste cuando debías…”
“Debes hacerlo mejor…”
“Hace años que caminas conmigo y todavía no lo haces bien…”
“Qué decepción tan grande tu comportamiento…”
El verdugo, listo para reprocharte, condenarte, acusarte y castigarte.
“Así que crees que los has hecho bien, pues no has revisado las intenciones de tu corazón, ¿ves? ¡son todas malas!”.
¿Por qué nos es tan fácil creer que todo eso proviene de Dios?
Nos cansamos de proclamar Su amor pero actuamos como si estuviera permanentemente molesto con nosotros y con nuestras incapacidades.
A veces vivimos como si nos odiara.
Pero, aquí te dejaré la verdad por si necesitas recordarla:
Dios no es malo.
Tú y yo no podríamos estar más lejos de Su perfección, pero Él no nos odia.
Tú no eres Su gran decepción. Él sabía todo de ti y aún así quiso estar contigo.
Él entregó hombres por ti y naciones enteras por tu alma. No podría abandonarte porque se le conmueven las entrañas con solo la idea dejarte.
Cuando se detuvo considerar la posibilidad de entregarte el castigo que te mereces, prefirió sufrirlo Él mismo antes que destruir a quien ama con un amor eterno.
Conquistar tu corazón y restaurarte es Su mayor deleite.
Dios no es malo.
Él se alegra con tu risa y te acompaña en tiempos de dolor.
Te amó cuando ni te importaba quién era Él y te ama ahora cuando al menos intentas complacerlo.
Tú no eres Su premio de consolación. Tú eres a quien escogió para amar por la eternidad. Nadie lo obligó. Él te escogió porque quiso.
Pudo habernos desechado, ¿sabes?, y hubiese tenido el derecho de hacerlo; pero, no solo no nos desechó, sino que quiere que estemos con Él siempre.
Dios no es el verdugo en esta historia, Él es quien entró justo en el momento de tu ejecución para salvarte… y está feliz con Su decisión porque eso significa tenerte, desposarte, amarte.
A eso es que llamamos buenas noticias. ¡Celebrémoslas hoy!