El fin de semana pasado asistí a un retiro juvenil de nuestro Iglesia. Sin muchas ganas al principio, reconozco.
Estaba cargada y turbada por muchas cosas pero sé que en esa clase de circunstancias, aislarse de tus hermanos en la fe es la peor decisión posible.
Así que fui.
Gracias a Dios, fui.
El centro mismo de todo mi conflicto residía en que estaba muy asustada por todos los cambios que he estado viviendo y sus implicaciones.
En el principio de mi andar con el Señor, en gran parte, éramos solo Él y yo. Cuando yo pecaba o me desanimaba en el camino, solo me afectaba a mí.
Si un día caminaba por las puertas de la Iglesia y nunca más volvía, nadie me extrañaría. Nadie me conocía.
Sin embargo, ahora predico en mi Iglesia de vez en cuando, tengo un canal en YouTube y este blog. Mi fe se encuentra más expuesta que antes.
Quizás no parezca gran cosa, pero esto me ha hecho sentir la enorme presión de ser un poco más perfecta porque, después de animar a muchos a seguir a Jesús, me da miedo yo misma descarriarme y causar la caída de otro.
¡Imagínate! Toda la reputación del evangelio sobre una persona tan imperfecta como yo.
“¿Y si peco?, ¿y si no soy fuerte?, ¿y si mi fe se va?, ¿entonces qué pensará toda la gente a la que le hablé de Jesús?”.
La presión que sentí fue tan fuerte que literalmente me asfixiaba; pero, Dios me dio un respiro.
¿Sabes qué pasó la noche del retiro?
¡De todo!
Hubo jóvenes quebrantados por la presencia del Señor, risa santa, liberación, profecía. ¡Una explosión de la sobrenaturalidad de Dios!
Lo vi casi todo. Fui una gran espectadora del mover de Su Espíritu.
Dios usó a varias a personas para ayudar a otros, pero yo no estaba entre ellas. En ningún caso. Todo lo hizo por medio de alguien más.
Y yo observaba.
Sentí con toda el alma el deseo de esconderme debajo de una sábana.
Lo hice.
En ese momento, Dios puso un mensaje claro en mi corazón. Ahí, debajo de la sábana:
Yo no te necesito para hacer lo que tengo que hacer
Y la prueba estaba ocurriendo a mi alrededor en ese mismo instante.
Ya sé. No suena lindo, pero era justamente lo que yo necesitaba.
La reputación del evangelio no se encuentra sobre mis hombros, sino sobre los Suyos.
El autor y el consumador de la salvación de la humanidad no soy yo. Es Él.
¿Cuál es mi gran preocupación? ¿Que la gran causa de Cristo se pierda por culpa mía?
¡Qué arrogancia!
Yo no podría arruinar lo que Dios se ha propuesto ni aunque me lo propusiera con todas mis fuerzas.
No soy la salvadora de ninguna persona. Jesús, sí.
Asimilar esa verdad renovó mis fuerzas.
Puedo seguir adelante con la confianza de que Él hará lo necesario por medio de mí o de quien sea para alcanzar a Sus hijos. No depende de mí. Depende todo de Él.
– Presión Off –
Soy libre para ser débil porque Él es mi fuerza.
No sostengo la Fe de nadie. Dios lo hace.
Entonces, creo que puedo escribir, grabar y luego descansar porque, en serio, Él se encargará de los resultados.