¿Qué lugar tienen las pruebas y la adversidad en nuestras vidas?
Causan angustia, preocupación, momentos difíciles, pero también producen algo más.
Generalmente, nos ayudan a crecer y a darnos cuenta de quiénes somos en realidad, de las cosas que podemos hacer (buenas y malas, claro está).
No mi método de aprendizaje favorito, pero sí que resulta efectivo, ¿no es cierto?
Muchas veces las luchas nos permiten continuar y llegar adonde debemos estar, adonde Dios quiere que estemos.
Lugares inalcanzables para nosotros de otro modo, porque no vamos a abandonar nuestra comodidad.
Esto se ilustra perfecto en la película “La vida de Pi”.
ATENCIÓN: si no has visto esta película y no quieres spoilers, detente ahora, aquí encontrarás muchos.
La historia trata de un jovencito (Pi) que por diversas razones termina naufragando con un tigre de Bengala llamado Richard Parker (lo sé, muy poco convencional).
Obviamente, la situación resulta muy difícil porque Pi pasa cada segundo temiendo por su vida.
No es solo que está rodeado de agua.
No es solo que nadie sabe dónde está.
No es solo que las provisiones se acaban.
No es solo que la posibilidad de rescate es prácticamente nula.
Aparte de todo eso, se cierne sobre él la constante amenaza de ser devorado por el tigre a quien, por cierto, alimentaba porque solo si lo mantenía satisfecho, este no vería necesidad de comerse a Pi.
Hablando de adversidades.
Finalmente, luego de muchos (muchos) días, tanto el joven como el tigre llegaron a tierra firme para tranquilidad de todos los que sufrimos al verlos sufrir.
Ahora bien, lo más significativo para mí en la película es la gratitud que Pi le tiene Richard Parker, su adversidad.
Él dice que si no hubiese sido por el tigre, jamás habría sobrevivido al naufragio; simplemente se habría echado a morir, abrumado por las circunstancias; pero, gracias a que Richard Parker estaba en el bote, tenía una razón para mantenerse alerta, buscar comida, evaluar alternativas, perseverar… tanto así que Pi le atribuye al tigre haberle salvado la vida y le duele cuando este se aleja sin despedirse.
En otras palabras, gracias a la adversidad, él pudo seguir.
¿Suena familiar?
Quizás ahora mismo no lo podamos ver, pero hay ciertas pruebas en la vida que Dios usa para impulsarnos al siguiente nivel.
No digo que esta siempre sea la causa de nuestras luchas (porque qué arrogante sería), pero sí es una de ellas.
Pasa que nos quedamos como estamos porque es cómodo y no vemos razón para correr más rápido, estudiar más, esforzarnos una milla adicional.
¿O acaso no es con los profesores más difíciles que aprendemos más?
¿O no es con los jefes más exigentes que nos desarrollamos mejor?
En oportunidades, no sabemos qué tanto podemos lograr hasta que tenemos un obstáculo en frente… o conviviendo con nosotros.
Al final, de alguna forma, Dios se las ingenia para que cuando miremos hacia atrás nos demos cuenta de que ese gran problema, que nos causó tanto dolor, terminó siendo nuestra más grande bendición.
Quizás esta misma circunstancia que estás atravesando sea la excusa que el Señor tiene para obligarte a continuar y llegar al lugar donde Él siempre te ha querido ver.