Hace algún tiempo estaba buscando lo que sería mi primer trabajo.
Apenas me había graduado y, para ser sincera, no tenía muchos prospectos.
Sumado a eso, la mayoría de mis compañeros de la universidad ya estaban ejerciendo la carrera. ¡Imagínate la presión! Me estaba quedando atrás.
Entonces, pasó algo interesante: llegó una propuesta.
Muy buena.
En otro estado.
Era excelente, en verdad, especialmente para una recién graduada como yo.
La mayoría me animaba a decir que sí porque no tendría otra oportunidad como esa.
Le di mil vueltas en mi cabeza y luego otras mil.
Le pregunté cientos de veces a Dios qué decisión tomar. ¿Era lo correcto para mí?
Finalmente le dije: “no estoy segura de nada ahorita pero, esto es lo que necesito que hagas por mí: si quieres que me vaya, no permitas que me quede. Pero, si quieres que me quede, no permitas que me vaya”.
¿Me sentí mejor después de eso?
Uff. Claro que sí.
¿Tuve mi respuesta?
No. O sea, no inmediatamente.
La respuesta llegó una (larga) semana más tarde.
Estaba analizando con una amiga los pros y contras de la oferta de trabajo. Básicamente, era una gran oportunidad que me abriría muchas puertas profesionalmente.
Todos me apoyaban y me animaban a irme, a seguir adelante, a lograr cosas grandes.
Explicaba yo todas las razones por las que debería aceptar la propuesta cuando mi amiga dijo esto (toma nota):
“Mira, el trabajo suena muy bueno, pero ¿tú quieres hacerlo? Si deseas irte, hazlo. Pero, no te vayas nada más porque las personas te dicen que eres idiota si rechazas esto. No te vayas solo porque todos esperan que lo hagas. Quizás no haya otra oportunidad así ¿y qué? Eso importa solo si es la oportunidad que tú quieres”.
Me quedé.
Me quedé y dejé que todos pensaran que soy una idiota.
Y hasta me siento orgullosa de eso. ¡Qué vergüenza!
En el libro “Los cinco mandamientos para tener una vida plena”, la autora Bronnie Ware recopila los 5 lamentos más comunes de las personas a punto de morir. Este es el primero:
Desearía haber tenido el valor de vivir la vida que yo quería y no la que otros esperaban de mí.
Auch.
Para que no te arrepientas después, te animo a que si estás tomando una decisión determinante en tu vida, tomes el tiempo de preguntarte qué quieres tú.
Las personas te dirán lo que ellas harían, pero (honestamente) estamos hablando de gente que no tiene ni idea de qué hacer con su propia vida.
Es bueno escuchar consejos, evaluar tus decisiones; sin embargo, en medio de eso, recuerda escuchar lo que realmente piensas tú al respecto.
Si indagas en lo más profundo de ti y descubres que tu motivación principal para hacer algo es lo que otros piensan: detente ahí.
Ten el valor de pararte firme y decir: eso no es lo que quiero para mí, esto es.
Y siéntete vergonzosamente orgulloso por eso.