Este testimonio me impacta cada vez que lo leo. Se encuentra en el libro “No te afanes por nada” de la conferencista Joyce Meyer.
Creo que lo que Dios le enseñó a esta mujer, aplica para todos de algún modo u otro:
Asistí hace poco en St. Louis a su conferencia sobre el Espíritu Santo. Al llegar a la conferencia estaba ansiosa porque mi vida podría no significar nada para Dios, y temía que, ocurriera lo que ocurriese, nunca sería feliz. Llevaba un año sintiéndome frustrada e infeliz y realmente necesitaba un cambio decisivo.
Durante la conferencia, sentí que Dios me sacaba de mis muchas preocupaciones e inquietudes. Al concluir cada sesión, me sentía un poco mejor, pero al regresar a casa, entre una y otra reunión, los mismos pensamientos de temor y ansiedad me atacaban nuevamente.
En la sesión del sábado, me rendí durante la adoración, pidiéndole a Dios que me liberara de una vez y para siempre. Yo sabía que Él se estaba moviendo poderosamente ya que varias mujeres con quienes estaba sentada recibieron liberación de sus heridas y dolores pasados.
Finalmente, luego de su última sesión, decidí que no podía pasar ni un día más en aquel estado de ansiedad y temor. Compré sus audiocasetes “Enfrentar el miedo y la ansiedad”, “No se afane por nada” y “¿Como experimentar el gozo?”. No tenía previsto el dinero para ello, así que luego me preocupé por cómo pagar las otras cosas en las que había previsto usar ese dinero.
Usted también oró por mí luego de la última sesión y me animó a escuchar esas cintas. Bueno, había sentido un pequeño cosquillero en mi estómago cuando usted impuso sus manos sobre mí, pero eso fue todo. Al salir, puse uno de sus casetes en el pasacasetes de mi auto, con la esperanza de que mis miedos no me atacaran antes de llegar a casa.
Decidí detenerme en la gasolinera de Citgo, a unos tres minutos del hotel y cuando iba hacia allí me di cuenta de que no me quedaba dinero.
Así que decidí usar mi tarjeta de débito, que tiene acceso a una cuenta con la cual pago mi alquiler y luego transferir otro dinero a esa cuenta para así poder pagar la gasolina.
Cuando llegué a la gasolinera, me aseguré de que aceptaran el tipo de tarjeta que yo tenía. Hice llenar el tanque de gasolina y le di al empleado la tarjeta para pagar. La rechazaron. El empleado pasó la tarjeta nuevamente y en cada ocasión mi tarjeta fue rechazada. No tenía otra forma de pagar la gasolina. Para entonces, yo estaba sudando, hiperventilaba y tenía visiones de mí misma vestida con el uniforme rojo y naranja de Citgo, despachando gasolina para pagar mi cuenta. Pensé que mi vida terminaba allí.
Entonces, cuatro mujeres llegaron a la estación en una camioneta. Una de ellas se bajó y me preguntó si ocurría algo malo y, por supuesto, le dije que todo estaba bien… Supongo que la mirada de pánico en mi rostro me delataba y ella insistió en ayudarme. Finalmente, le dije que necesitaba algo de dinero para pagar la gasolina e inmediatamente ella y las otras tres damas me dieron el dinero para pagar la cuenta y se fueron.
Pagué la cuenta, regresé a mi auto y me senté aliviada. Apenas encendí el motor, Dios me habló.
Puedo recordar lo más fielmente posible que me dijo lo siguiente:
Todo lo que haces en la vida es planear.
Te levantas en la mañana y planeas todo el resto del día.
Mientras te lavas los dientes, planeas qué ropa te vas a poner.
Durante el día, planeas la noche.
Planeas qué vas a comer, qué vas a estudiar, cuándo vas a ir al gimnasio.
Todo lo que haces a lo largo del día es planear, planear, planear…
Incluso habías planeado cómo pagarías la gasolina y mira adónde te condujo.
Hizo una pausa y luego dijo:
Yo tengo un plan.
Dios tiene un plan. Piensa en eso.
Deja que esa verdad entre en cada parte de tu ser.
Él sabe lo que estás pasando. Mejor aún, a Él le
importa tu situación y ha hecho provisión para ella. Él tiene un plan.
Eso significa que no tienes que resolver hoy el resto de tu vida. Puedes hacer lo que te toca en este momento y confiar en que el Señor hará camino para ti en tiempo oportuno.
En este día, en vez de preocuparte, te invito a orar así: “Padre, ya sé que tienes un plan para mi vida; perdóname por angustiarme y no confiar en ti. Ayúdame a descansar en tus promesas. Te entrego mis cargas porque creo que tú cuidas de mí. Aunque no sé cómo enfrentar lo que viene, confío en que tú sí sabes. ¡Muchas gracias!”.